En la antigüedad la
peregrinación, en especial a Tierra Santa, tenía un carácter penitencial,
debido en gran parte a las dificultades que tal ejercicio comportaba: problemas
políticos, incomodidad, viajes difíciles. Los peregrinos estaban animados por
una profunda fe religiosa y estaban preparados para la muerte, que, muchas
veces, les sucedía durante el camino.
La peregrinación era también
una ocasión de expiación de culpas. Por eso a los peregrinos que realizaban el
viaje para expiar sus pecados se les quitaba el vestido mundano, símbolo del
pasado de pecado, se les vestía con el hábito de peregrino, expresión del
cambio que querían realizar.
Hoy, con las facilidades y
comodidades que dan los modernos medios de transporte, con los hoteles de lujo,
etc., existe el riesgo que desaparezca
en parte el aspecto exterior de tal penitencia y a menudo la
peregrinación, aún en aquellos que la hacen por motivos estrictamente
religiosos, se puede convertir en un viaje turístico.
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