Un artículo del Padre Lee
Durante la homilía, monseñor
Gonzalo de Villa leyó un excelente artículo que el Padre Lee había escrito para
la revista Semetabaj (que significa “piedra brillante” en kaqchikel
idioma maya que se habla en el altiplano de Guatemala), del seminario mayor
Nuestra Señora del Camino. El artículo se titula “Dios te ha mostrado una gran
amistad”, el comentario que hizo al Padre Lee un amigo suyo sacerdote que fue a
visitarle. El Padre Lee reflexionaba sobre el sentido cristiano del dolor y la
enfermedad. Escribía así:
“Ciertamente la fe no quita
el sufrimiento, pero nos da la seguridad –¡la certeza!– de que en esos momentos
somos objeto del gran Amor divino, nos ha “seleccionado” para afrontar una
prueba de la cual saldremos vencedores. Y eso despierta la esperanza. Porque
Dios no falla, no abandona, nos da la gracia precisa que necesitamos en ese
momento. Dios no pierde batallas. Y se enciende el amor, la caridad. Sentimos
la presencia de Dios que es Padre, que me ama y que quiere que corresponda con
amor. Está dispuesto a darme innumerables bienes, a purificarme, a través de la
penitencia, de ese “camino espinoso”.
Visto el dolor de esta
manera, es otra cosa. En otro lado escribía una frase que me gustó mucho cuando
la leí: “Poenae sunt pennae”, es un dicho latino que significa que “las penas
son alas”. Las penas, el dolor, el sufrimiento ya no serán motivo de tristeza o
de postración, al contrario, son alas para poder volar alto, para elevarte a
Dios.”
Relevo sacerdotal
Al finalizar la santa Misa
en la Catedral de Sololá, el féretro fue trasladado a la parroquia de San
Bernardino Patzún, donde había trabajado un año y medio. Durante el trayecto,
muchos fieles salieron a las calles para dar su último saludo al Padre Lee. El
templo parroquial de Patzún se abarrotó de feligreses. Terminada la celebración
eucarística, sus restos prosiguieron camino hacia San Juan Comalapa, donde
nació.
Allí fue velado en la casa
familiar y al día siguiente, sábado, el Obispo de Sololá-Chimaltenango celebró
la Santa Misa exequial en la parroquia del Sagrado Corazón. La iglesia estaba
llena a rebosar de comalapenses y patzuneros, que vestían sus vistosos y
elegantes trajes. En su homilía, el obispo aplicó a la vida del Padre Lee las
palabras de San Pablo a Timoteo: “He peleado el noble combate, he alcanzado la
meta, he guardado la fe” (2 Tm 4, 7).
Tras la ceremonia, el
féretro fue llevado en hombros por los sacerdotes hasta el cementerio, donde
recibió sepultura junto a la tumba de su madre, Ana María, fallecida hace tres
años. Había muchos niños y jóvenes que cantaban: “Aquí estoy, Señor, toma mi vida;
sacerdote para siempre quiero ser”.
Los cementerios de Guatemala
son alegres; se distinguen a lo lejos porque los nichos están pintados con
colores vivos: azul, verde, rojo… Sus coloridos invitaban a pensar en la vida
eterna que ha iniciado quienes han terminado ya su peregrinación en esta
tierra. Para los guatemaltecos, los difuntos viven en sus corazones. Después de
las oraciones finales pronunciadas por el obispo, tomó la palabra un sacerdote
y, a continuación Agripino, el padre del Padre Lee, que dio las gracias a todos
en kaqchikel.
Los restos mortales del
Padre Lee reposan ya en su querida Guatemala, tierra de volcanes, país de la
eterna primavera. Cuando salí del cementerio y me fui quitando los ornamentos,
se acercó un joven y me preguntó: “¿Es usted el sacerdote que ha venido de
Roma?”. “Sí”, le contesto. “Pues rece por mí en la basílica de San Pedro,
porque deseo ser sacerdote”.
¡Gracias por todo, querido
Lee, y descansa en paz!
Roma,
23 de septiembre de 2015
Mons.
Miguel Delgado Galindo
Rector
del Colegio Sacerdotal Tiberino. Roma
Fuente; carfundacion.es
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