El hombre
está llamado al amor y al don de sí en su unidad corpóreo-espiritual. Feminidad
y masculinidad son dones complementarios, en cuya virtud la sexualidad humana
es parte integrante de la concreta capacidad de amar que Dios ha inscrito en el
hombre y en la mujer.
«La sexualidad es un elemento básico de la personalidad;
un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de
sentir, expresar y vivir el amor humano». Esta capacidad de amar como don de sí
tiene, por tanto, su «encarnación» en el carácter esponsal del cuerpo,
en el cual está inscrita la masculinidad y la feminidad de la persona.
«El
cuerpo humano, con su sexo, y con su masculinidad y feminidad visto en el
misterio mismo de la creación, es no sólo fuente de fecundidad y de
procreación, como en todo el orden natural, sino que incluye desde el
«principio» el atributo «esponsalicio», es decir, la capacidad de
expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se
convierte en don y—mediante este don— realiza el sentido mismo de su ser y
existir». Toda forma de amor tiene siempre esta connotación masculino-femenina.
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