El hombre,
en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para amar. Esta verdad ha sido revelada plenamente en el Nuevo Testamento, junto
con el misterio de la vida intratrinitaria: «Dios es amor y vive en sí mismo un
misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen, Dios inscribe en
la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la
capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es por tanto
la vocación fundamental e innata de todo ser humano». Todo el sentido de la
propia libertad, y del autodominio consiguiente, está orientado al don de sí en
la comunión y en la amistad con Dios y con los demás.
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