Queridos
hermanos y hermanas:
La
Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la
Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo
recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado
a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida
mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que
nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que
volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía,
8 enero 2016).
La
Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través
de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la
limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos
invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera
centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc
16,19-31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la
clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera
felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.
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