En el Evangelio nos da el Señor este consejo: No anden agobiados por el día de mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. Le basta ya a cada día su propia preocupación.
El ayer ya pasó; el mañana no sabemos si
llegará para cada uno de nosotros, pues a nadie se le ha entregado su destino.
De la jornada de ayer sólo han quedado motivos
–muchos− de acción de gracias por los innumerables beneficios y ayudas de
Dios, y también de quienes conviven con nosotros. Algo, aunque sea poco,
habremos aumentado nuestro tesoro del Cielo. También del día de ayer han
quedado motivos de contrición y de penitencia por los pecados, errores y
omisiones. Del día de ayer podemos decir, con palabras de la Antífona de
entrada de la Misa: El Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me
libró porque me amaba.
Mañana, “todavía no es”, y, si
llega, será el día más bello que nunca pudimos soñar, porque lo ha preparado
nuestro Padre Dios para que nos santifiquemos: Tú eres mi Dios y en tus manos están mis días. No hay razón
objetiva para andar angustiados y preocupados por el día de mañana:
dispondremos de las gracias necesarias para enfrentarnos a lo que traiga
consigo, y salir victoriosos.
Lo que importa es el hoy. Es el que tenemos para amar y
santificarnos, a través de esos mil pequeños acontecimientos que constituyen el
entramado de un día. Unos serán humanamente agradables y otros lo serán menos,
pero cada uno de ellos puede ser una pequeña joya para Dios y para la
eternidad, si lo hemos vivido con plenitud humana y con sentido sobrenatural.
No podemos
entretenernos en ojalás; en
situaciones pasadas que nuestra imaginación nos presenta quizá embellecidas; o
en otras futuras que engañosamente la fantasía idealiza. El que anda observando
el viento no siembra nunca, y el que se fija en las nubes jamás se pondrá a
segar. Es una invitación a cumplir el deber del momento, sin retrasarlo por
pensar que se presentarán oportunidades mejores.
Quizá una buena parte
de la santidad y de la eficacia, en lo humano y en lo sobrenatural, consista en
vivir cada día como si fuese el único de nuestra vida. Días para llenarlos de
amor de Dios y terminarlos con las manos llenas de obras buenas, sin
desaprovechar una sola ocasión de realizar el bien. El día de hoy no se
repetirá jamás, y el Señor espera que lo llenemos de Amor y de pequeños
servicios a nuestros hermanos. El Ángel Custodio deberá de “sentirse contento”
al presentarlo ante nuestro Padre Dios.
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