La mirada de María, Consoladora de los afligidos, ilumina
el rostro de la Iglesia en su compromiso diario en favor de los necesitados y
los que sufren. Los frutos maravillosos de esta solicitud de la Iglesia hacia
el mundo del sufrimiento y la enfermedad son motivo de agradecimiento al Señor
Jesús, que se hizo solidario con nosotros, en obediencia a la voluntad del
Padre y hasta la muerte en la cruz, para que la humanidad fuera redimida. La
solidaridad de Cristo, Hijo de Dios nacido de María, es la expresión de la
omnipotencia misericordiosa de Dios que se manifiesta en nuestras vidas
―especialmente cuando es frágil, herida, humillada, marginada, sufriente―,
infundiendo en ella la fuerza de la esperanza que nos ayuda a levantarnos y nos
sostiene.
Tanta riqueza de humanidad y de fe no debe perderse, sino
que nos ha de ayudar a hacer frente a nuestras debilidades humanas y, al mismo
tiempo, a los retos actuales en el ámbito sanitario y tecnológico. En la
Jornada Mundial del Enfermo podemos encontrar una nueva motivación para colaborar en la difusión de una cultura respetuosa de la
vida, la salud y el medio ambiente; un nuevo impulso para luchar en favor del
respeto de la integridad y dignidad de las personas, incluso a través de un
enfoque correcto de las cuestiones de bioética, la protección de los más
débiles y el cuidado del medio ambiente.
Con motivo de la XXV Jornada Mundial del Enfermo, renuevo,
con mi oración y mi aliento, mi cercanía a los médicos, a los enfermeros, a los
voluntarios y a todos los consagrados y consagradas que se dedican a servir a
los enfermos y necesitados; a las instituciones eclesiales y civiles que
trabajan en este ámbito; y a las familias que cuidan con amor a sus familiares
enfermos. Deseo que todos sean siempre signos gozosos de la presencia y el amor
de Dios, imitando el testimonio resplandeciente de tantos amigos y amigas de
Dios, entre los que menciono a san Juan de Dios y a san Camilo de Lelis,
patronos de los hospitales y de los agentes sanitarios, y a la santa Madre
Teresa de Calcuta, misionera de la ternura de Dios.
Hermanos y hermanas, enfermos, agentes sanitarios y
voluntarios, elevemos juntos nuestra oración a María, para que su materna
intercesión sostenga y acompañe nuestra fe y nos obtenga de Cristo su Hijo la
esperanza en el camino de la curación y de la salud, el sentido de la
fraternidad y de la responsabilidad, el compromiso con el desarrollo humano
integral y la alegría de la gratitud cada vez que nos sorprenda con su
fidelidad y su misericordia.
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