La antigua ley del Talión “ojo
por ojo”, es superada por la Ley del amor. En estos versículos se entrega toda
una Carta Magna de la moral creyente: el amor a Dios y al prójimo.
El Papa Benedicto XVI nos
dice: «Solo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a
lo mucho que me ama». Jesús nos presenta la ley de una justicia sobreabundante,
pues el mal no se vence haciendo más daño, sino expulsándolo de la vida,
cortando así su eficacia contra nosotros.
Para vencer se ha de tener
un gran dominio interior y la suficiente claridad de saber por cuál ley nos
regimos: la del amor incondicional, gratuito y magnánimo. El amor lo llevó a la
Cruz, pues el odio se vence con amor. Éste es el camino de la victoria, sin
violencia, sino con humildad y amor gozoso, pues Dios es el Amor hecho acción.
Y si nuestros actos proceden de este mismo amor que no defrauda, el Padre nos
reconocerá como sus hijos. Éste es el camino perfecto, el del amor
sobreabundante.
En el camino del cristiano
«no hay lugar para el odio»: sino de reconocernos como «hijos», de un Padre que
perdona también mis errores por amor.
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