El DÍA DEL SEÑOR -como ha sido llamado el
domingo desde los tiempos apostólicos- ha tenido siempre, en la historia de la
Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo
mismo del misterio cristiano.
En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión
semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua de la
semana, en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la
muerte, la realización en él de la primera creación y el inicio de la “nueva
creación”. Es el día de la evocación adoradora y agradecida del primer día del
mundo y a la vez la prefiguración, en la esperanza activa, del “último día”,
cuando cristo vendrá en su gloria y “hará un nuevo mundo”.
No convertir el domingo en “fin de semana”
Se ha consolidado ampliamente la práctica de “fin de semana”, entendido
como tiempo semanal de reposo, vivido a veces lejos de la vivencia habitual, y
caracterizado a menudo por la participación en actividades culturales,
políticas y deportivas, cuyo desarrollo coincide en general precisamente con
los días festivos.
A los discípulos de Cristo se pide que no confundan la celebración del
domingo, que debe ser una verdadera santificación del día del Señor, con el
“fin de semana”, entendido fundamentalmente como tiempo de mero descanso y
diversión.
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