“La música sacra está íntimamente
unida a la acción litúrgica, expresa con delicadeza la oración, fomenta el
sentido de comunidad.”[1] Ha de ser genuina, es decir, adecuada a la
celebración de la Misa o de los sacramentos y demás acciones litúrgicas.
“La música sacra es la creada para la celebración del culto divino, que
solemniza los ritos sagrados, que ayuda a adentrarse en el Misterio que se está
celebrando, impulsando a la oración (de alabanza, petición, acción de gracias),
que facilita el encuentro con Dios, que unifica a la asamblea y establece
comunión con toda la Iglesia universal.”[2]
La música y el canto litúrgico han sido creadas con dos finalidades:
1. Contribuir a
la edificación de los fieles y ser en verdad dignos del templo donde son
ordinariamente las celebraciones. “No
bastaría tomar una canción profana y poner la letra de una composición poética
o religiosa.”[3]
2. El canto debe expresar
la infinita belleza de Dios como expresión de sentimientos religiosos, acción
poética y valores humanos sensibles a la asamblea.
También el canto,
se expresan las ideas, los sentimientos, los deseos y sobre todo, las actitudes
interiores que acompañan las celebraciones, por eso “los instrumentos musicales
son como una prolongación de la voz humana que encarnan la actitud interior y
el sentimiento, haciéndolos vivos y humanos.
Deben acomodarse las ejecuciones a la dignidad de la celebración
litúrgica.”[4]
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