En nuestro tiempo es necesaria una
educación renovada en la fe, que abarque el conocimiento de sus verdades y de
los acontecimientos de la salvación, pero que, en primer lugar, nazca de un
verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarlo, de confiar en Él, de
modo que abrace toda nuestra vida.
En la actualidad, junto con tantos
signos buenos, crece también en nuestro alrededor un desierto espiritual. A
veces, se tiene la sensación –ante ciertos acontecimientos de los que recibimos
noticias cada día– de que el mundo no se encamina hacia la construcción de una
comunidad más fraterna y pacífica, las mismas ideas de progreso y bienestar
muestran también sus sombras.
A pesar de la grandeza de los
descubrimientos de la ciencia y de los avances de la tecnología, el hombre de
hoy no parece ser verdaderamente más libre, más humano, permanecen todavía muchas
formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de
injusticia.
Además, un cierto tipo de cultura ha
educado a moverse sólo en el horizonte de las cosas, en aquello que es posible,
a creer sólo en lo que vemos y tocamos con nuestras manos. Pero por otro lado,
aumenta también el número de personas que se sienten desorientadas y que tratan
de ir más allá de una visión puramente horizontal de la realidad, que están
dispuestas a creer en todo y en aquello que es su contrario.
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