Mi esposo y yo tenemos 3 hijos. Los tres aún son muy pequeños. El segundo es hombre y al parecer tiene una simpatía especial. Cuando lo ven por la calle me dicen, frecuentemente, frases como esta: “Qué lindo niño. Cuando sea grande seguro traerá a las chicas como locas”. Varias veces he sonreído y me animado a responder: “Ojalá Dios lo quiera y sea sacerdote”.
No pocas veces he recibido
una mirada escandalizada o una palabra de reproche ante semejante deseo. ¿Cómo
podría desear tal cosa? Tengo la sensación de que si digo que quisiera que
fuera ingeniero o que simplemente traiga a las chicas como locas la reacción
sería distinta.
Si como padre quiero lo
mejor para mi hijo, que esa definición de lo mejor no esté limitada simplemente
a que tenga las mejores cosas, los mejores juguetes, que vaya al mejor colegio,
a la mejor universidad. Lo mejor para mis hijos es que sean felices y esa
felicidad incluye y depende de la respuesta que den al llamado que Dios les
hace a cumplir su plan.
Si quiero lo mejor para mi
hijo no es ilógico que como madre católica desee que Dios llame a alguno de mis
hijos para que lo sirva desde cerca. Para que ayude a los más necesitados, para
que consuele a los afligidos, para que lleve la fe a los que no la tienen o la
han perdido. ¡Qué regalo más grande debe ser tener un hijo religioso y ser
testigo de esa unión tan cercana con Dios, tan exclusiva, tan feliz!
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