Al discutir sobre la persona y rol de
María, Madre de Jesús, siempre deben ser evitados dos extremos. El primero es
el que llamamos el del exceso Mariano. Esto significa poner a la Bienaventurada
Virgen al nivel de lo divino, asignarle a María una naturaleza divina que le
otorgue igualdad con Dios mismo. Esto, por supuesto viola la verdad revelada,
la completa aunque exaltada humanidad de María. Aunque históricamente ha habido
pocas ocasiones cuando la Madre de Jesús ha sido puesta como una “diosa”, no
obstante, resulta un exceso Mariano que es obviamente, un grave peligro para la
fe Cristiana.
El segundo extremo en relación a la
persona y rol de la Bienaventurada Virgen, es lo que podemos llamar deficiencia
Mariana.
Esto significa minimizar el rol de la
Bienaventurada Virgen. ¿Qué se está significando con minimizar el rol de María?
Sería el asignarle a María el rol de ser sólo una “buena discípula”, una
“hermana del Señor”, un mero “canal físico de Jesús”, pero nada más allá de
esto.
Desafortunadamente es este segundo
extremo que es encontrado hoy más
ampliamente. Este extremo también viola la verdad revelada sobre la
Bienaventurada Virgen, puesto que María es revelada, como hablaremos de ello,
como intercesora y como Madre Espiritual. El negarle a María el rol de Madre
Espiritual es negar ese aspecto tan central en su propia identidad y su
relación con Cristo y su Cuerpo, la Iglesia.
Como veremos, hay ejemplos claros en
la Escritura del rol de María como intercesora y Madre Espiritual en lugares
tales como en las bodas de Caná, Juan 2:1, donde María intercede por el primer
milagro de Jesús, lo mismo que en Juan 19:26, donde se le otorga al pie de la
Cruz, el rol de Madre Espiritual de Juan, el discípulo amado, y posteriormente
de todos los discípulos del Señor.
Podemos encontrar estos dos extremos,
exceso Mariano y defecto Mariano, referido en una declaración del Concilio
Vaticano II, en relación al balance adecuado de la devoción Mariana:
[El Sínodo] exhorta encarecidamente a
los teólogos y a los predicadores de la divina palabra, que se abstenga con
cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva estrechez
de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios. Cultivando
el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores y de las liturgias
de la Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones
y privilegios de la Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a
Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad. (Lumen Gentium, No.
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