Permitidme narrar un
suceso de mi vida personal, ocurrido hace ya muchos años. Un día un amigo de
buen corazón, pero que no tenía fe, me dijo, mientras señalaba un mapamundi:
mire, de norte a sur, y de este o oeste. ¿Qué quieres que mire?, le pregunté.
Su respuesta fue: el fracaso de Cristo. Tantos siglos, procurando meter en la
vida de los hombres su doctrina, y vea los resultados. Me llené, en un primer
momento de tristeza: es un gran dolor, en efecto, considerar que son muchos los
que aún no conocen al Señor y que, entre los que le conocen, son muchos también
los que viven como si no lo conocieran.
Pero esa sensación
duró sólo un instante, para dejar paso al amor y al agradecimiento, porque
Jesús ha querido hacer a cada hombre cooperador libre de su obra redentora. No
ha fracasado: su doctrina y su vida están fecundando continuamente el mundo. La
redención, por Él realizada, es suficiente y sobreabundante.
Dios no quiere
esclavos, sino hijos, y respeta nuestra libertad. La salvación continúa y
nosotros participamos en ella: es voluntad de Cristo que —según las palabras
fuertes de San Pablo— cumplamos en nuestra carne, en nuestra vida, aquello que
falta a su pasión, en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia.
Vale la pena jugarse
la vida, entregarse por entero, para corresponder al amor y a la confianza que
Dios deposita en nosotros. Vale la pena, ante todo, que nos decidamos a tomar
en serio nuestra fe cristiana.
Al recitar el Credo, profesamos creer en Dios
Padre todopoderoso, en su Hijo Jesucristo que murió y fue resucitado, en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Confesamos que la Iglesia, una santa,
católica y apostólica, es el cuerpo de Cristo, animado por el Espíritu Santo.
Nos alegramos ante la remisión de los pecados, y ante la esperanza de la resurrección
futura. Pero, esas verdades ¿penetran hasta lo hondo del corazón o se quedan
quizá en los labios? El mensaje divino de victoria, de alegría y de paz de la
Pentecostés debe ser el fundamento inquebrantable en el modo de pensar, de
reaccionar y de vivir de todo cristiano.
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