El verdadero amor |
Del amor nacen muchas cosas: deseos,
pensamientos, actos. Pero todo esto que del amor nace, no es el amor mismo. Lo
que amamos, efectivamente lo deseamos, es verdad. Pero también deseamos muchas
cosas que no amamos, cosas que en sí mismas nos resultan indiferentes. Es muy
peligroso identificar deseo y amor. Desear un buen vino no es amarlo. Desear la
droga no es amarla. Desear sexualmente a una persona no es amarla.
Es interesante reflexionar sobre la
naturaleza del amor. Si el amor fuera simplemente un sentimiento, que va y
viene como quiere, que empieza y se acaba sin contar con nuestra libertad,
sería tanto como decir que es una simple emoción ciega que se apodera de
nosotros y ante la que nada podemos hacer. Pero según ese criterio, el amor
sería como una exaltación momentánea que simplemente nos lleva a satisfacer
nuestros deseos, como un pasatiempo agradable, centrado y regido
primordialmente por lo sexual y lo placentero, y que antes o después se
desmorona.
El amor, junto a un sentimiento, es
sobre todo un acto de la voluntad, que es la facultad capacitada para elegir,
para rechazar, para modular la propia actividad, para gobernarse a uno mismo,
para encaminarse hacia algo determinado, para amar con unas raíces duraderas.
El amor es
compromiso, no un simple deseo ni una simple inclinación natural, aunque ambas
cosas estén contenidas en el amor. En las bodegas de nuestra personalidad, como
si se tratara de un buen vino, suele ir tomando cuerpo ese sentimiento noble de
entrega y de donación de uno mismo que es el amor. Pero una donación que tiene
que ser total, pues la unión del amor requiere compartir por entero el proyecto
de vida.
El amor no puede ser
un tránsito puramente epidérmico, centrado sobre sentimientos que en su raíz
son más bien egoístas. La clave para entrar y perseverar en el amor conyugal es
el sacrificio gustoso por la persona amada. Cuando llega la dificultad, la
prueba, que siempre hace su aparición antes o después, el amor, si es verdadero
y fiel, une más, ayuda a superar esos escollos, y sale reforzado. La fidelidad
pertenece a la condición misma del amor. Sin ella, el amor sería un simple acto
sentimental, sometido al bamboleo de las emotividades, y que dura sólo lo que
dura la capacidad de soportarse dos personas. Este modo de entenderlo ha traído
muchos fracasos conyugales. Cfr: Alfonso Aguiló, Revista "Hacer
Familia", XII.95