sábado, 18 de agosto de 2012

DEVOCIÓN A LA SANTISIMA VIRGEN



     Hoy sábado recordamos a nuestra Señora, nuestra Madre María, es muy importante la devoción que como hijos debemos tener con María Santísima, pero para empezar a tener una devoción debemos conocer un poco de su vida, conocer esa participación que tuvo en la historia de la salvación.

     Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... (Gal 4, 4). Esta Mujer, mencionada en diversas ocasiones en la Sagrada Escritura, había sido predestinada desde toda la eternidad. Ninguna otra obra de la creación cuidó Dios con más esmero, con más amor y sabiduría que aquella que, con su consentimiento libre, sería su Madre.

     Nuestra Señora fue anunciada ya en los comienzos como triunfadora de la serpiente, que simboliza la entrada del mal en el mundo (Gen 3, 15), como la Virgen que dará a luz al Emmanuel, al Dios con nosotros (Is 7, 14); y estuvo prefigurada en el arca de la alianza, en la casa de oro, por la torre de marfil... La escogió Dios entre todas las mujeres antes de los siglos, la amó más que a la totalidad de las criaturas, con un amor tal que puso en Ella, de un modo único, todas sus complacencias, la colmó de todas las gracias y dones, más que a los ángeles y los santos, la preservó de toda mancha de pecado o de imperfección, de tal manera que no se puede concebir una criatura más bella y más santa que quien había sido escogida para Madre del Salvador (Cfr. PIO IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854).

     Nuestra Señora, cuando dio su consentimiento a los requerimientos de Dios, se convirtió en Madre del Hijo de Dios encarnado, pues "así como todas las madres, en cuyo seno se engendra nuestro cuerpo, pero no el alma racional, se llaman y son verdaderamente madres, así también María, por la unidad de la Persona de su Hijo, es verdaderamente Madre de Dios.

     Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios!" (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 496.

     Desde los inicios de la Iglesia, el culto mariano está destinado a favorecer esta adhesión  fiel a Cristo. Venerar a la Madre de Dios es afirmar la divinidad de Cristo, pues los padres del concilio de Éfeso, al proclamar a María Theotókos, «Madre de Dios», querían confirmar la fe en Cristo, verdadero Dios.

     Por eso, en las letanías, el primer título de gloria que se da a Nuestra Señora es el de Sancta Dei Genitrix, y los títulos que le siguen son los que convienen a la maternidad de Dios: Santa Virgen de las vírgenes, Madre de la divina gracia, Madre purísima, Madre castísima...

     Con su desvelo de Madre, Nuestra Señora sigue prestando a su Hijo los cuidados que le ofreció aquí en la tierra. Ahora lo hace con nosotros, pues somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

!Oh Madre! Cuida a tus hijos siempre


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