miércoles, 22 de agosto de 2012

LA FAMILIA


   En esta semana me corresponderá dirigir un programa en el canal parroquial y en esta ocasión me pidieron que hablara sobre la familia. Es un tema complicado porque en nuestro mundo se ha perdido el sentido de la familia, se ha olvidado el papel de la familia en la sociedad. Y dentro de la familia el papel de los padres e hijos. Veamos algunos datos que nos pueden ayudar.  

   La familia es una comunidad de hombre, mujer e hijos, una comunidad de valores con plenitud humana, formada de acuerdo con el plan divino del mundo. La familia, es núcleo natural y primario de la sociedad. Por eso; La familia es insustituible y, como tal, ha de ser defendida con todo vigor. Es necesario hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada. Lo requiere, no sólo el bien «privado» de cada persona, sino también el bien común de toda sociedad, nación y estado. 

   La familia ocupa el centro mismo del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre. Es necesario hacer todo lo posible para que, desde su momento inicial, desde su concepción, este ser humano sea querido, esperado, vivido como valor particular único e irrepetible (JUAN PABLO II, Aloc. 3-I-1979). La familia, fundada sobre el matrimonio contraído libremente, uno e indisoluble, es y ha de ser considerada como el núcleo primario y natural de la sociedad (JUAN XXIII, Enc. Pacem in terris, 11-IV-1963).

   El matrimonio debe incluir una apertura hacia el don de los hijos. La señal característica de la pareja cristiana es su generosa apertura a aceptar de Dios los hijos como regalo de su amor. Respetad el ciclo de la vida establecido por Dios, porque este respeto forma parte de nuestro respeto a Dios mismo (JUAN PABLO II, Hom. Limerick, 1-X-1979).

   Los esposos deben edificar su convivencia sobre un cariño sincero y limpio, y sobre la alegría de haber traído al mundo los hijos que Dios les haya dado la posibilidad de tener, sabiendo, si hace falta, renunciar a comodidades personales y poniendo fe en la providencia divina: formar una familia numerosa, si tal fuera la voluntad de Dios, es una garantía de felicidad y de eficacia, aunque afirmen otra cosa los fautores equivocados de un triste hedonismo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 25). 

Los padres, primeros educadores. Responsabilidad

   El primer ambiente natural y necesario de la educación es la familia, destinada precisamente para esto por el Creador. De modo que, regularmente, la educación más eficaz y duradera es la que se recibe en la familia cristiana bien ordenada y disciplinada, tanto más eficaz cuanto resplandezca en ella más claro y constante el buen ejemplo de los padres, sobre todo, y de los demás miembros de la familia (Pio Xl, Divini illius Magistri, 31-X11-1929).

   Tratándose de un deber fundado sobre la vocación primordial de los cónyuges a cooperar con la obra creadora de Dios, le compete el correspondiente derecho de educar a los propios hijos. Dado su origen, es un deber-derecho primario en comparación con la incumbencia educativa de otros; insustituible e inalienable, esto es, que no puede delegarse totalmente en otros ni otros pueden usurparlo. (JUAN PABLO, 11, Hom. a las familias cristianas. Madrid 2-XI- 1982)

   Es necesario que los padres encuentren tiempo para estar con sus hijos y hablar con ellos. Los hijos son lo más importante: más importante que los negocios, que el trabajo, que el descanso. En esas conversaciones conviene escucharles con atención, esforzarse por comprenderlos, saber reconocer la parte de verdad—o la verdad entera—que pueda haber en algunas de sus rebeldías (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 27).


    No dice el gorrión: «Daré de comer a mis hijos para que ellos me alimenten cuando me haga viejo». Nada de esto; ama gratuitamente, alimenta sin pedir paga (SAN AGUSTIN, Sermón 90).

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