viernes, 17 de agosto de 2012

PERFECCIONAMIENTO DEL MATRIMONIO


   Hoy en el evangelio hemos escuchado cómo los fariseos insistan sobre el repudio de la mujer por cualquier motivo, pero el Señor respondió lo que estaba escrito en el Génesis, “en el principio…” El Señor es quien lo elevará en Sacramento el matrimonio.

   Entre los efectos de la gracia sacramental del matrimonio el más característico es el perfeccionamiento del amor conyugal. Los esposos se hacen partícipes de la alianza entre Cristo y la Iglesia. El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo.  El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad.  

   La gracia sana el amor conyugal, y modera y dirige a fines más altos el placer sensible, y adhiere a los cónyuges al verdadero bien superando el egoísmo. El amor conyugal es perfeccionado desde el interior, en su razón de amor.  La caridad no sustituye el amor conyugal, sino que lo perfecciona.

   El amor conyugal, perfeccionado de este modo, se convierte envía segura que conduce a Dios, es decir al fin de la vida cristiana, a la unión con Dios.  De acuerdo con esta perspectiva, la paternidad y la maternidad se convierten en una auténtica tarea que hay que realizar según el designio divino. 

El matrimonio
   En este mismo relato también hemos escuchado, el celibato por el reino de los cielos.

   El matrimonio pertenece al tiempo presente, anterior a la consumación final, en la que ya no habrá unión conyugal, ni transmisión de la vida humana, ni enriquecimiento mutuo mediante la recíproca donación de la propia masculinidad del hombre a la mujer y de l apropia feminidad de la mujer al hombre. 

   Dice Jesús “Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos”[1]. Esto indica que hay una condición de vida, sin matrimonio, en la que el hombre, varón y mujer, halla a un tiempo la plenitud de la donación personal y de la intersubjetiva comunión de las personas, gracias a la glorificación de todo su ser psicosomático en la unión perenne con Dios[2].

   El matrimonio no es para todos.  Algunos han recibido un don todavía más grande, el del celibato por el reino de los cielos.  El celibato es un don que no se concede a todos[3].

   El celibato es un don. Pero abrazarlo es un acto libre y sobrenatural.  Libre, porque se hace célibe.  Sobrenatural, porque es célibe por el Reino de los cielos, no por tener una visión negativa del matrimonio.  Jesús abrazó el celibato por el Reino de los cielos.  Muchos cristianos ya en la primitiva Iglesia, imitando a Jesús, abrazaron el celibato por el Reino de los cielos.

   El matrimonio es bueno.  Pero el celibato por el Reino de los cielos es mejor.  ¿Por qué?  “Porque el tiempo es corto”, “porque la apariencia de este mundo pasa”.  Porque el matrimonio forma parte de las realidades actuales que pasan, no de las últimas. 

   El Concilio de Trento dice: “Si alguno dijere que el estado conyugal debe anteponerse al estado de virginidad o de celibato, y que no es mejor y más perfecto permanecer en virginidad o celibato que unirse en matrimonio, sea anatema[4].   

El sacerdocio



[1] Mc 12, 25.
[2] Juan Pablo II, Alocución, 10-3 1082, n. 1:Enchiridium Familiae, n. 4
[3] Mt 19,11.
[4] Dz, n. 1810.

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