Ayer finalizó el encuentro nacional de sacerdotes, quise poner esta entrada por ese
gran esfuerzo que hacen miles de sacerdotes por las almas y que realmente
necesitan de nuestras oraciones.
No resulta
fácil ser sacerdote. Por las críticas de algunos familiares, que no comprenden
por qué un joven deja la carrera o el trabajo para ir al seminario. Por la
sonrisa compasiva de amigos, que ven cómo queda “arruinado” un futuro que
parecía prometedor. Por la mirada de gente anónima, que espera el día en que la
Iglesia deje de existir sobre la tierra
Pero hay y
habrá sacerdotes porque hay y habrá hombres dispuestos a responder a un Amor
más grande. Cada una de sus historias se explican desde la llamada del Dios que
vino al mundo para curar heridas, para limpiar pecados, para encender
esperanzas, para enseñar senderos de cariño verdadero.
Miles y miles
de sacerdotes han seguido y siguen las huellas del Maestro. Con su mirada y su
palabra, con su silencio y su sonrisa, con sus manos temblorosas al tomar el
pan y decir palabras divinas, con sus pies cansados tras recorrer caminos
polvorientos o ciudades llenas de bombillas y vacías de ilusiones verdaderas.
Gracias a
tantos sacerdotes hay novios que maduran en su amor fresco y tierno, hay
esposos que crecen en el camino de la vida, hay ancianos que miran al cielo
mientras se apoyan en un nieto inquieto, hay niños que sonríen porque empiezan
a conocer la historia de Jesús el Nazareno.
Gracias al
sacerdote miles de hombres y mujeres han escuchado la Palabra, y han recibido
el Cuerpo del Hijo Amado. El Amor se hizo Pan tierno, la esperanza surgió con
nuevas fuerzas, la fe quedó nuevamente iluminada, la justicia se hizo presente
en un mundo hambriento y dolorido.
Gracias a un
sacerdote fui acogido en la Iglesia con las aguas del bautismo. Gracias a
muchos sacerdotes recibí el perdón en confesiones sencillas e infantiles, o más
profundas mientras crecía en estatura y problemas. Gracias a muchos sacerdotes
encontré palabras de consuelo, luz para las dudas, reflexión para tomar
opciones decisivas, invitaciones a dejar egoísmos y a compartir mis bienes y mi
tiempo con tantos hermanos deseosos de encontrarse con Jesús el Nazareno.
Muchos sacerdotes, en esos 2012 años de nuestra Iglesia, ya están con Dios. Fueron misioneros, como Francisco Javier. Fueron amigos de esclavos, como Pedro Claver. Fueron confesores apasionados, como el cura de Ars o el Padre Pío. Fueron consejeros de almas, como Francisco de Sales. Fueron soldados del Evangelio y defensores del Papa, como Ignacio de Loyola.
Muchos sacerdotes, en esos 2012 años de nuestra Iglesia, ya están con Dios. Fueron misioneros, como Francisco Javier. Fueron amigos de esclavos, como Pedro Claver. Fueron confesores apasionados, como el cura de Ars o el Padre Pío. Fueron consejeros de almas, como Francisco de Sales. Fueron soldados del Evangelio y defensores del Papa, como Ignacio de Loyola.
A los
sacerdotes de ayer y los de hoy, a los que yacen enfermos y a los entusiastas
por su juventud perenne, a los que trabajan entre libros y a los que no paran
de ir de casa en casa... A tantos sacerdotes enamorados de Cristo, testigos de
amor y compañeros de esperanza, de corazón, ¡gracias, gracias, gracias! aqui
Dios los bendiga a todos.
Gracias a vos por haber dicho sí al sacerdocio... M. J. A. N.
ResponderEliminarGracias a los sacerdotes jóvenes, como el autor de este blog, que inyectan alegría y optimismo a la Iglesia y a los sacerdotes ya no tan jóvenes. Este artículo toca la médula del sacerdocio ministerial.
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