Los Sacramentos |
Todos nos lamentamos
de la situación que nos toca vivir y nos alarma el hecho de que sea general,
mundial. En algunos lugares, guerras entre las nación y nación; en otros,
guerras entre hijos de la misma nación; miles de muertos, miles de viudas y miles
de huérfanos. La sangre de muchos inocentes, como la de Abel, sigue bañando la
tierra.
En las ciudades y en los campos impera la violencia, la inseguridad, la
injusticia. Unos se enriquecen en demasía con el sudor de los otros, y esas riquezas
nunca van al servicio de la comunidad, sino a beneficio propio: se las malgasta
en lujos y en la obtención y detención del poder para lograr el dominio sobre
los demás y poder seguirla aumentando,
no importa que al lado haya hermanos sin techo, sin vestido, sin alimento. Por otro
lado, los secuestros, los atracos, los robos pequeños y grandes, los
asesinatos, están a la orden del día.
Si reflexionamos con
cabeza fría, seguramente encontramos la respuesta, y en ella solución. Lo más
seguro es que, en realidad, no somos cristianos auténticos, somos bautizados,
vamos algunas veces a Misa y asistimos en los matrimonio y entierros. Pero en
realidad hasta allí llegamos. En otras palabras, si nuestras prácticas de
piedad y la recepción de los sacramentos no se transforman en vida, la
situación seguirá siempre igual o peor.
Y el verdadero cambio
consiste precisamente en la vivencia de esta fe que recibimos en el Bautismo.
Ahora bien, vivir en
serio la vida cristiana no es fácil. Entonces el Señor nos proporcionó gracias
especiales para vivir en serio esa vida cristiana. Son los sacramentos, es
decir, signos sensibles permanentes
instituidos por Jesucristo.
Pero para que tengan
eficacia los sacramentos es necesario recibirlos con las debidas disposiciones,
con una seria preparación, y no por conveniencia social o por costumbre.
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